Suricata

Intentar Querer

Esta suricata se enamoró producto de la angustia de la soledad y, a través de algunos fragmentos, trata de reconstruir ese amor.

Escrito el enero 30, 2024 por Leonardo Casiano

Durante mucho tiempo creo que he querido a Carolina. Si no, ¿por qué otra razón, cuando escucho su nombre, a veces imagino? Sí, imagino. Cuando fonemas la imitan, recreo dentro de mí una recámara grande, paredes curvas y rayos que perturban pisos de cal. Carolina frente a mí, y el aire que se barniza de amarillo. He querido a Carolina.

Por mucho tiempo pensé en ella, en como su cuarto, que era el extremo final de un viejo edificio de Lima, se parecía a mi alma. Quise a Carolina, habitaba mi alma. Bastaba con imaginarla y sentir alegría, pensar en su voz y sentir alegría, recordar su tacto y sentir alegría.

¿Por qué?

La conocí en la fiesta de un amigo, dos días después de que el amor de mi vida y yo nos hubiésemos abandonado definitivamente. «Te quería muchísimo, pero no puedo con esto, no puedo con que vuelvas y hagas como si nada hubiese pasado». «Tampoco es que desee volver». «Entonces, ¿qué haces aquí». «No lo sé, es divertido».

Y el amor de mi vida se esfumó, y yo deseé excomulgarme, expectorar todo el deseo contenido en mi pecho contenido, cuando de pronto apareció Carolina. Parada frente a mí, conversaba con una de sus mejores amigas.

¿Qué me atrajo de Carolina? ¿El azul de su blusa? ¿La gravedad de su liso cabello? ¿Su voz? Preguntó por mí, yo pregunté por ella. Sostuvo mi brazo, yo sostuve el de ella. Entonces pensé brevemente en campanas, aromas y ritmos.

¿Era lógico? Era perfectamente lógico. Todas las palabras de cariño atoradas en mi esófago necesitaban recobrar un sentido, los impulsos de mis manos por acariciar necesitaban materia, todo, todo tenía que ser expulsado, vomitado, acumulado en una vasija de barro y ser condimentado con mis pensamientos.

Los días que siguieron al deslumbramiento escribí cuentos, retomé la poesía. Como una especie de consuelo, imaginaba, volvía a imaginar. Aunque me apenaba (y me apena) confesar que el único hábito que me recuerda que vale la pena vivir un poco más en este mundo me obliga a olvidarlo. ¿Qué era yo? ¿En qué me convertí? Un medio para las palabras, una mano, un par de movimientos, fricciones. «Mi boca desea tu boca/ busco con desespero tu corazón».

Carolina se volvió el impulso principal de mi mente, mi deseo, un personaje recurrente en mi vida. «Hola», un mensaje en Instagram y las preguntas precisas. «¿Cuándo podríamos vernos?».

Nos vimos, hablamos. Supe entonces que quise pertenecerle. Y en mis sueños a veces aparecía desnuda, virginal, cubierta por pétalos lilas, y flores que hoy no sé cómo nombrar.

¿Así quise a Carolina? No sé si eso responde mi pregunta. ¿Fue solo un impulso? Me acostumbré mucho tiempo a que el amor fuese expectativas y explosiones. Y cuando el amor de mi vida me decía «me voy a Miraflores a follarme un extranjero», yo le decía «ve, si igual volverás». ¿Así quise a Carolina? Distanciado, en la imaginación, en la ausencia.

Pero nunca se lo confesé, no tuve el valor de hacerlo.

Si busco los mensajes, me doy cuenta de que fueron anodinos. Me bastaba con ser un lugar adicional en las conversaciones de WhatsApp, una risa, dos enlace, figuras saturadas, un video y oraciones mal puntuadas. Quise a Carolina.

¿Pero quién era Carolina detrás de mi deseo? Mi orgullo me impide contarlo. Carolina, al igual que yo, venía de un lugar lejano y en esta ciudad era una cifra más. Con sus ojos observaba el ámbar de Lima deshacerse tras una ventana corporativa. Y recuerdo haberla visto vestida con tres sueldos mínimos y recuerdo haber creído que Carolina era feliz.

¿Quién era Carolina? Evasión y momentos, al igual que yo. Era sueños frustrados, al igual que yo. Una risa y admiración, la pérdida de una posibilidad. Pero distinta a mí y tan distante, como así yo me había acostumbrado a que fueran mis amores. «He tenido mis historias». «¿Cómo así».«No lo sé».

Nunca supe de ella, así como yo nunca le conté sobre Noemí o Silvana. No pude decirle que me costaba mucho el hábito, que después del sexo abrazaba a la otra persona, como esperando que nunca nos fuésemos a separar. No le conté de Miriam y sus posiciones curvas frente a la cámara web, sobre cómo llegaba a fin de mes con más de 10 mil dólares y cómo había comprado un departamento y había abandonado la idea que tuvimos de formar una escuela de arte.

No le conté de Rosa, el amor de mi vida. Porque desde que había aparecido, Carolina había construido una época distinta. Pensaba que para ella yo debía haber sido un nuevo hombre.

Lo mío con Carolina nunca funcionó. Carolina se enamoró, abandonó el cuarto que se parecía a mi alma y los eventos de su enamoramiento fueron paralelos a la incursión mía en su vida. Fue un amor resuelto por el dinero. Viajes, distancia y ausencia. ¿Fue un amor superficial? No queda en mi juzgarlo. Y aún así, recuerdo cómo me contaron que ella hacía de todo por mantener el amor a flote, que ella daba el tiempo y los pasos. Carolina practicaba con él un amor similar al que yo le hubiese dado.

¿Pero quise a Carolina? No lo sé. La necesité, es cierto. Porque sino hubiese existido Carolina, que hubiese hecho yo con el amor restante. ¿Hubiese escrito esto siquiera?

«Carolina, ¿cómo estás?, siento que tengo algo que decirte…».

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